martes, 1 de septiembre de 2015

RELATO "LA GRABACIÓN"

Nuevo fragmento, anticipo de futuros trabajos, que os dejo en forma de este relato con su pertinente sugerencia musical.

Espero que lo disfrutéis.

Un saludo.


THE HAT ft. FATHER JOHN MISTY & S.I. ISTWA-

The Angry River (True Detective OST)



LA GRABACIÓN




Lluvia, una lluvia pringosa, fría, que todo lo empapa, que todo lo cala, rodeándonos por doquier. El coche avanza muy lentamente a pesar de que ha puesto el dispositivo luminoso en el techo y tengo encendida la sirena. Los destellos de luz LED azul rompen la oscuridad de la noche, mientras los coches se van haciendo a un lado pesadamente para dejarme paso.



Miguel, a mi lado, se ha encendido uno de sus puritos perfumados con aroma a vainilla, y sigue lanzando intensas soflamas contra todo lo que se le ocurra: jefes, Cuerpo, políticos, sociedad,…

Como un moderno Ramón Gómez de la Serna, nada escapa a su pluma inquisitorial.

–Estos son unos hijos de puta que, como cojan las riendas de este puto cortijito, se lo van a terminar de cargar. Nos vamos a ir al carajo, pero bien idos…

El aviso era muy claro: alguien que ha saltado a las vías del metro. Aparente suicidio. Echar un vistazo al asunto, tomas de declaración, diligencias auxiliares, una montonera de folios para derivar a un juez que diga que no ha lugar más investigación.


Tengo ganas de estar en otro sitio, de regresar a mi cama, de extender mi brazo en la oscuridad y tocar la carne tibia de mi amante, de jugar con sus pezones y sentir la suave calidez de los flujos al pasar las yemas de mis dedos por su vulva…


Pero trabajo es trabajo, siempre es así.

Trabajo es trabajo.

Llegamos a la boca del metro. Vemos los primeros uniformes azul tinta con la leyenda “POLICÍA” en las espaldas de las chaquetillas. Nos saludamos con una sacudida de las cabezas, en silencio. Remolinos de curiosos abandonan las entrañas del monstruo subterráneo mirando de hito en hito por encima del hombro.

No hace ni falta preguntar dónde tenemos que ir: sólo tenemos que ir como buzos en el sentido contrario al de la corriente de curiosos en la que nos encontramos sumergidos.

Una pareja absolutamente disonante: Miguel, cincuentón, al borde de su jubilación, con su poblada barba y sus ojillos de mustélido, observándolo todo con una atención que parece impropia en alguien así, la calva cubierta por una gorra que le da un aspecto de un viejo irlandés de película. Yo, con mis treinta y tantos, enfundado en una ropa deportiva que, en ocasiones, se me queda trabada por la musculatura, con la placa golpeándome rítmicamente, y la capucha ocultando parcialmente mis facciones, más un matón de barrio que el policía que soy.


De fondo, invisible para todo el mundo salvo para nosotros, la espada de Damocles de un jefe que está deseando que metamos la pata, que nos atoremos en un caso, que fallemos en lo más mínimo para poder crucificarnos con un expediente sancionador que podría culminar con la expulsión del Cuerpo si pudiera.

Anhelo volver con mi amante, hacerle el amor como un loco, y alejarme de este pozo negro que es mi vida.

Llegamos a la vía. Un par de vigilantes de seguridad nos saludan con un gesto de cabeza y un tímido “hola” en los labios. Cordones blancos y azules del CNP. Funcionarios del GAC que están acordonando la zona.


Avanzamos a través del cordón y llegamos a la vía. El cuerpo yace despedazado sobre las vías, amputados algunos miembros y trozos del cuerpo. Es una chica joven, no creo que tenga más de veintiún años, pero tiene el rostro tan hinchado que no puedo distinguir bien sus facciones.

Mantiene los ojos abiertos, en esa mirada al infinito que caracteriza a los cuerpos a los que la Parca sorprende tan rápido que no deja ni cerrar los párpados. Sin embargo, el rictus que ha quedado grabado en sus facciones es una mezcla de paz y pavor.

Hay proyecciones de sangre por todas partes. Aparentemente, va indocumentada.

Miguel y yo salimos de las vías y nos dirigimos a los vigilantes. Tenemos que actuar deprisa.

–¿La sala de CCC? –pregunto.

Uno de ellos nos lleva al control de cámaras. Solicitamos ver la grabación. El vigilante busca el momento. Aparece la chica. Esbelta, joven, en plenitud de su vida. Luce una larga trenza que se derrama por su espalda y que ya no es visible, destrozada por las enormes ruedas del vagón y sumergida en un charco de engrudo creado por la sucia mezcla del polvo, su propia sangre y la grasa de los motores de la maquinaria.

Mira mucho hacia detrás, como si buscara a alguien, asustada, intentando evitar una presencia a toda costa.

De pronto se gira hacia uno de los pilares. Es una acción que no dura más de un segundo, pero allí está.

Entonces sale corriendo hacia la vía en el momento en que entra en la estación y pone fin a su vida dando un salto decidido y sin marcha atrás.



Apenas unos segundos más tarde, una silueta difusa aparece por una esquina de la pantalla antes de desaparecer.

–¿Quién eres? –susurro.



Miguel se inclina a mi lado. Sin embargo, siento un frío escalofriante que asciende por mi columna vertebral, y me parece escuchar un suspiro prolongado, un susurro sibilante, y casi me parece soslayar una mano ensangrentada en un cuerpo destrozado que se lleva un dedo embadurnado en humor escarlata a los labios, como pidiéndome silencio.

Como si me pidiera, desde más allá de la muerte, que la deje descansar en paz.



© Copyright 2015 Javier LOBO. Todos los derechos reservados.

4 comentarios:

  1. Caramba!!!!! Por no decir otra cosa. Madre mía. Muy bueno realmente. Quiero seguir leyendo.

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  2. Mamma miaaaaaaaaa... Realmente buenísimo

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  3. Muy bueno, la verdad que tus dos facetas son increibles
    Felicidades.

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  4. Muy bueno, la verdad que tus dos facetas son increibles
    Felicidades.

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